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Berlín - Santiago 2015

Día 117 – Paseando por Santiago de Compostela

De nuevo en Santiago

07/09/2015 Lunes, caminando de nuevo en Santiago

Hasta las tantas de la noche he estado llamando a Renfe y a Alsa para buscar un medio de trasporte a Zaragoza. No hay nada hasta el martes. Me tengo que quedar un día más en Santiago.

Hacia Berlín
Hacia Santiago

Lo aprovecho para comprar alguna cosa para llevar a casa, y para deambular por sus calles.

Busco un lugar para comer, me apetece una mariscada. En todos los restaurantes que miro veo carteles de «Mariscada, mínimo dos personas», «Arroz con bogavante, mínimo dos personas», «Lo que sea, mínimo dos personas», al final, cuando me harto, entro en uno y digo: ¿Qué pasa pués? (que se note la vena maña), ¿que los que vamos solos no tenemos derecho a una mariscada u qué?, me dicen que le quitan unos bichos y me la dejan a un precio que no está mal. Con Albariño.

Después voy al Casino, a tomarme un café, un chupito de orujo y un helado.

Y con el albariño, el orujo, la tripa llena, la morriña y la saudade, vuelve a mi ese pensamiento recursivo sobre el Camino de Santiago y la vida. Y me digo: la llegada a Santiago es el fin del Camino, el fin de la vida. Ese día se hace misa por el que llega y por el que se va. Se habla de los que llegan en la misa «… tantos peregrinos por el Camino del Norte…» y de los que se van «… y decimos adiós a nuestro hermano…», es el momento de despedirse de los que te han acompañado, en el Camino y en la vida… Y así, tontamente, voy sacando comparaciones, algunas más afortunadas que otras.

Y me digo (igual fue mucho albariño): ¿y si extrapolo el cómo me siento ahora, acaso podré saber cómo te sientes al día siguiente de morir?. Pensamiento elevado, no me digáis que no.

Y en eso iba yo pensando cuando me cruzo con un grupo de peregrinos que llegaban a Santiago. Iban como yo habría ido el día que llegué, con los ojos brillantes, buscando la plaza, con el paso acelerado, orgullosos por haber llegado, sin mirar a nadie, sin mirarme a mí, como si no me vieran, como si yo fuera un turista. Y me han entrado unas ganas terribles de gritarles «¡Eh, que yo también soy peregrino!», «¡Ehh, que vine desde Berlín!», «¡Eeeh, que han sido tres mil y pico kilómetros!»

He dado con la solución, al día siguiente de llegar, al día siguiente de morir, te vuelves un puñetero fantasma.



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